Campamento Revolucionario en Morelos,
Abril 7 de 1913.
Señor General Don Pascual Orozco,
Jr.
México, D. F.
Señor de mi respeto y estimación:
He tenido el honor de leer la grata
de usted fechada el 18 de marzo último, la cual me fué
entregada por su estimable padre el 29 del mes antes citado, y refiriéndome
a los conceptos en ella emitidos, con la franqueza y sinceridad que
caracterizan todos mis actos, me veo en la imperiosa necesidad de
manifestarle: que ha causado decepción en los círculos
revolucionarios de más significación en el país
la extraña actitud de usted al colocar en manos de nuestros
enemigos la obra revolucionaria que se le confirió.
Yo siempre admiré en usted al
obrero de nuestras libertades, al redentor de los pueblos de Chihuahua
y de la región fronteriza y cuando lo he visto tornarse en
Centurión del Poder de Pretorio de Huerta, marchitando sus
lauros conquistados a la sombra de nuestros pendones libertarios,
no he podido menos que sorprenderme delante de la Revolución
caída de sus manos, como César al golpe del puñal
de Bruto.
Quizás usted cansado de una lucha
sin tregua y de un esfuerzo constante y viril en pro de nuestra redención
política y social, abdicó de un credo que en el Orbe
revolucionario de toda la República, recibió, en medio
de nubes, relámpagos y truenos, de glorias y libertades, pero
usted en vez de laborar por la paz ha laborado por la guerra, provocando
el suicidio de la Revolución, en sus hombres y en sus principios.
No debía usted haber desesperado
ni desfallecido, pues hay que tener presente qué mientras Cartago
ofrecía en sus luchas púnicas una cruz al héroe
vencido, Anáhuac como Roma, nunca han brindado un suplicio
al que se sacrifica por ella, sino por el contrario, ofrece una oblación
nutrida en el alma de sus afectos, para los que no desmayan en defensa
de la patria.
Convénzase usted de la triste
signficación que contiene la entrega de la bandera que juró
en medio de la hosanna de los libres; ¡cuántas víctimas
cayeron bajo la sombra de esa bandera! cuántos raudales de
sangre les sirvió de toldo y de mortaja, ahí frente
a frente de las tumbas cubiertas de violetas y de lágrimas;
delante del blanqueo de las osamentas de nuestros hermanos sacrificados,
en presencia de los ayes de los moribundos arrojando borbotones de
sangre por sus heridas, y frente a la tumba abierta y fría
de los muertos en los campos de batalla, contemple que ha violado
los principios que son el credo de una colectividad y que su responsabilidad
es inmensa ante la Historia, la Revolución y el pueblo engañado.
Yo pertenezco, señor, a una raza
tradicional que jamás ha degenerado ni ha podido traicionar
las convicciones de una colectividad, y las de su propia conciencia;
prefiero la muerte de Espartaco acribillado a heridas en medio de
su libertad, antes que la vida de Pausanias encerrado vivo en una
tumba por su madre en representación de la Patria. Quiero morir
siendo esclavo de los principios, no de los hombres.
Me dice usted que el Gobierno de Huerta
ha sido emanado de la Revolución, como si la defección
o deslealtad del Ejército que originó ese poder, mereciera
ese nombre que usted inmerecidamente le aplica. Al ver la actitud
de usted y de otros iconoclastas de nuestros ideales, nos preguntamos:
¿ha triunfado la Revolución o los enemigos de ella?
y nuestra contestación es obvia: la Revolución no ha
triunfado; usted la ha conducido a la catástrofe más
espantosa.
En sus manos está todavía
el querer y el poder salvarla; pero si desgraciadamente no fuese así,
la sombra de Cuauhtémoc, Hidalgo y Juárez y el heroísmo
de todos los siglos, se removerán en sus tumbas para preguntar
¿qué ha hecho de la sangre de sus hermanos?
Si el pacto Madero-Díaz en Ciudad
Juárez fué vergonzoso y nos trajo una derrota de sangre
y desventuras; el convenio Orozco-Huerta que se me ha propuesto, nos
precipitaría a un suicidio nacional. Si Madero traicionó
a la Revolución, usted y los que se han sometido al Cuartelazo,
acaban de hacer lo mismo.
Si la República y Madero fueron
al asesinato vil por haberse entregado a los enemigos de la Revolución,
la Revolución entregada por usted a los mismos enemigos, seguirá
por segunda vez ese camino si no tuviéramos suficientes energías
para seguir enarbolando el estandarte de sus salvadores principios.
El convenio Orozco-Huerta podrá ser gloriosísimo y tiene
buena oportunidad para realizarlo, siempre que haga triunfar los principios
donde radica la reforma y la evolución política que
proclamamos.
Cuando llegaron noticias a este campamento,
relativas a que usted había entrado en ajustes de paz con el
Gobierno del General Huerta, me llamó la atención que
no consultó usted para realizar este acto trascendental, a
los núcleos revolucionarios de todo el país, como Jefe
Supremo de la Revolución.
Ahora se dirige usted a esos elementos,
cuando la Revolución por parte de usted todo lo ha perdido,
hasta el honor. Al Pueblo ya no le ofrece usted libertades sino cadenas.
Desde luego que dio usted el paso a que me refiero, pude deducir que
con toda ligereza se había desligado del pacto juramentado
por usted en seis de marzo de mil novecientos doce, que procuraba
trabajar por una paz particular, ficticia, fuera de los principios
que con tanto ahínco y abnegación han defendido con
sus vidas y su sangre nuestros compañeros, en vez de laborar
por la paz nacional, que sólo puede consolidarse dentro de
las promesas que han servido de bandera a los que con nosotros han
ido al sacrificio.
No pretendo encasillarme en la barrera
infranqueable de un plan político, pero cuando los representantes,
como usted, de una colectividad revolucionaria o de cualquiera otra
clase, se salen de los límites de la ley que les da poder y
fuerza sin la sanción de las unidades principales de aquella
colectividad, claro es que provocan el desconcierto por una y otra
parte, pierden su valor y suscitan la ruptura de los compromisos contraídos.
Usted ha tratado la paz con el Gobierno
de Huerta de una manera aislada y sin programa, como si se tratase
de una transacción mercantil particular y de una forma de tal
significación, como si hubiese encabezado un movimiento revolucionario
local.
Perdone usted que le hable sin embozos,
sin ambajes políticos a que no estoy acostumbrado, porque mi
norma es la franqueza y la lealtad del hombre nacido en las montañas,
no del prócer nacido en los palacios, y mi alma, movida por
la honda sensación que me ha causado el observar que deserta
de nuestras filas para ponerse bajo la férula de la restauración
del porfirismo, no puede contenerse; tenga en cuenta. que usted y
yo tenemos que comparecer ante el tribunal inflexible de la Historia,
para obtener su fallo inapelable.
Sin embargo, si como me dice su estimable
padre, no ha firmado ningún arreglo, si usted vuelve sobre
sus pasos y se inspira en el bien de la Patria después de una
profunda meditación en las desgracias que acarreará
al pueblo mexicano el haber conferido usted el depósito de
los intereses de la Revolución, a los que han sido sus más
jurados enemigos y hace un impulso para hacer triunfar los principios
que hemos defendido, entonces el nombre y la gloria de usted será
inmortal y la redención del pueblo será un hecho.
Pero si en vez de ponerse al lado de
los principios, se pone al lado de los hombres, mareado por el incensario
de la tiranía, entonces haga de cuenta que ha empuñado
la vara de Moisés, no para desecar las aguas del Mar Rojo de
la Revolución, sino para agitarlas y engendrar la tempestad
que debe ahogarnos en un mar de sangre y de ignominia.
Usted, como Josué, quiso parar
el sol de la Revolución a la mitad de su carrera, no para darnos
la tierra prometida, sino para que nos despedacemos los unos a los
otros; ha laborado con Madero, por el exterminio revolucionario.
Por último, si Huerta que representa
la defección del Ejército, y usted que representa la
defección de la Revolución, procuran hacer la paz nacional,
les propongo lo siguiente, Que se establezca el Gobierno Provisional
por medio de una Convención formada por delegados del elemento
revolucionario de cada Estado, y la Revolución así representada,
discutirá lo mejor que convenga a sus principios e intereses
que ha proclamado; este procedimiento es el culto al respeto del derecho
ajeno, es decir: el respeto al derecho de todos.
En la carta que contesto me habla de
comisionados que le han hecho manifestaciones a nombre mío
y de mi hermano Eufemio, y desde luego le participo que a nadie hemos
autorizado sobre este respecto; los que tal cosa le han dicho tomando
mi nombre, son verdaderos intrigantes.
Agradezco los conceptos con que me favorece
y reiterándole mis protestas de estimación y respeto,
me repito una vez más su afmo. S. S. y amigo.
EMILIANO ZAPATA.